A primera vista, los biocombustibles
(también llamados biocarburantes o agrocombustibles) pueden aparentar ser la
solución ante las tremendas emisiones de dióxido de carbono por parte de los
automóviles convencionales; después de todo, son una fuente renovable de
energía al ser biomasa y el impacto ambiental es menor al comparársele con los combustibles
fósiles. Por si fuera poco, dicho combustible puede mezclarse con su
contraparte convencional y las modificaciones necesarias para que un vehículo
ordinario pueda utilizarle son menores y de costos manejables. Entonces, ¿a qué
se debe la controversia que genera esta alternativa? Hacer un análisis a fondo
acerca de lo anterior rebasa los límites de este ensayo, por lo que se atajarán
tres puntos clave: el impacto en el precio y distribución de alimentos básicos,
el impacto a los recursos hídricos y la deforestación.
El progreso y los biocarburantes
suelen ir de la mano hasta que uno recapacita y se plantea la siguiente
pregunta: ¿por qué se crecen cosechas para atender las necesidades energéticas
sin atender el problema de la hambruna a nivel mundial? En efecto, un
porcentaje de la población mundial no tiene acceso a los alimentos básicos y se
busca incrementar su producción sin atender una necesidad que va más allá del
progreso; por lo tanto, se le da prioridad a los negocios por encima de un
derecho humano.
Otro efecto no deseado de esta
iniciativa recae en el aumento de precios que sufrirían los recursos
alimenticios. Con esto no se habla de productos especializados o aquellas
excentricidades por las cuales se pagan los miles de dólares, sino material
básico de subsistencia: el maíz, el trigo, el betabel y la caña de azúcar, por
mencionar algunos. Al aumentar la demanda se logra un aumento de precio, y con
estos aumentos tendrá que competir el ciudadano menos privilegiado para poder
obtener los nutrientes básicos. Hasta la fecha, Brasil es el único país que
puede presumir producir biocombustibles de manera sustentable, apoyándose
principalmente en la caña de azúcar, debido a una mezcla de factores que
involucran a su avanzado sistema agrario y la disponibilidad de los recursos
mismos.
Similarmente, los recursos hídricos
(en otras palabras, el agua disponible para llevar a cabo alguna actividad) se
ven involucrados en este debate de distribución. Puesto que se pretende
incrementar los sembradíos para atender la necesidad energética, es lógico
esperar que las cantidades de agua utilizadas para propósitos de cultivo
aumenten de manera proporcional; por supuesto, eso es sin tomar en cuenta la
demanda adicional de ésta para los procesos industriales requeridos para
convertir toda esa biomasa en un combustible útil. Aunque no se ha vuelto un
problema crítico al día de hoy, ya que el agua de lluvia sigue suplementando
gran parte de los cultivos, una expansión agresiva de los plantíos que tenga el
propósito de satisfacer ésta demanda podría tener efectos negativos
considerables.
Por último, y retomando el tema de la
expansión agresiva, éste movimiento representa quizá la mayor contradicción
dentro del esquema “sustentable” que proponen los pioneros de la implementación
agresiva de los biocombustibles. Sus cálculos suelen ser correctos cuando
aseguran que, en materia de impacto de dióxido de carbono, los números pueden
ser neutros (dígase, no hay impacto) o negativos (se emite menos dióxido del
absorbido). Sin embargo, ¿qué sucede cuando el espacio cada vez es menos y se
requieren hectáreas y hectáreas para plantar? Los bosques y áreas verdes, cuyo
poder de retención de carbono es superior al de los cultivos, son reducidos en
tamaño para propulsar la economía de estos combustibles. Es evidente que los
números no cuadrarían a largo plazo si se mantiene una mentalidad que peca de
inconsistente.
A manera de conclusión se desea
aclarar que los biocombustibles no son una falla dentro del ingenio humano que
merece ser eliminada y jamás implementada de nuevo: por el contrario, es una
solución que puede ser complementaria con otros métodos para reducir el impacto
medioambiental causado por el hombre; Brasil, como se mencionó antes, es una
excepción a la regla por su infraestructura agraria actual. Sin aras de hacer
promoción a la energía solar, mas es triste saber que las celdas fotovoltaicas
proveen de más energía, metro por metro, que un plantío destinado a los
biocombustibles en muchas ocasiones.
CColaboradores:
Equipo 6
Equipo 6
- Hilda Nallely Cardoso Estrada
- Zayra Samantha Ruiz García
- Diana Paulina Cortés Farías
- Jorge Alberto Sierra Espino
- Juan Mattei Haga
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